miércoles, 20 de junio de 2012

Los Scyri o Caras de Ecuador

La historia de los Caras en el Ecuador se reduce toda a solo tres hechos:
1. Su llegada a las costas de Occidente,
2. La conquista que hicieron del Reino de Quito
3. Y sus guerras con los incas.
Respecto a su manera de gobierno, a sus creencias y prácticas religiosas, a sus leyes, artes, usos y costumbres, muy poco o casi nada es lo que sabemos.
Adoraban al Sol, como a su primera divinidad visible, a la Luna y a las estrellas.
Al Sol le edificaron un templo en la cima del Panecillo, cerro de figura perfectamente cónica que se levanta aislado a la parte meridional de Quito; también a la Luna le edificaron otro templo en la eminencia opuesta hacia el lado del norte; pero se ignora completamente cuáles eran la forma, las dimensiones y los materiales de esos templos, ni se puede conjeturar bajo qué imágenes representarían a los dos astros en los santuarios que les estaban dedicados.
Los sacrificios que en ellos se ofrecían eran de frutos de la tierra, de flores del campo y de animales, aunque no nos faltan fundamentos razonables para conjeturar que los altares de los caras eran ensangrentados con víctimas humanas.
Su sistema de gobierno era monárquico absoluto hereditario, aunque templado por la aristocracia, pues los nobles y grandes del reino eran consultados por el Scyri en los asuntos graves y aun tomaban parte en la elección de soberano, porque si los grandes y principales de la nación no reconocían al soberano no tenía éste el derecho de reinar.
La corona pasaba por sucesión legítima a los varones; y, a falta de hijo varón, debía heredar el hijo de la hermana del Scyri. Esta ley se observó hasta el tiempo del undécimo Scyri, quien la derogó para constituir heredera del reino a Toa, su hija única.
En punto a costumbres los caras practicaban la poligamia: a los Scyris les era lícito tener cuantas mujeres querían, y lo mismo a los curacas o jefes de las tribus: por lo que respecta a los particulares, solían casarse con cuantas mujeres podían mantener.
No se hallaba establecido entre los caras el comunismo absorbente de los incas, y los individuos ejercían indudablemente el derecho de propiedad, poseyendo sus bienes y legándolos a sus herederos.
Para sus vestidos tejían el algodón y la lana, y curtían y adobaban pieles de diversos animales. Sus armas, fabricadas de madera, de cobre y de piedra eran lanzas, hachas y picas de enormes dimensiones. Construían fortalezas con un sistema o plan muy distinto de los pucaraes de los incas, pues se reducían a dos terraplenes cuadrados, uno mayor y otro menor: en el centro de éste se levantaba una casa grande, en la que guardaban las armas y las escalas para arrimar a los muros. Usaban también de grandes tambores de madera, formados de gruesos troncos de árboles ahuecados artísticamente; pero estos tambores no eran portátiles, sino que siempre estaban fijos en el mismo punto, para lo cual los suspendían en el aire apoyándolos en dos maderos.
La insignia de los Scyris era la corona de plumas de colores, con dos órdenes de plumas, y la esmeralda, que les colgaba sobre la frente. Los jefes del ejército y los principales caudillos llevaban guirnaldas de plumas, asimismo de diversos colores; pero, para distinguirse del soberano, no tenían más que un solo orden de plumas.
Su manera de sepultarse y la forma que solían dar a sus sepulcros merecen descripción especial. Los caras pueden llamarse muy bien el pueblo de los túmulos en el Ecuador. Ponían el cadáver en tierra, echado de espaldas; junto a él colocaban algunos cántaros llenos de licor fermentado, las armas y aquellos objetos que el difunto había amado más en vida y que habría menester en su regreso de ultratumba; después iban poniendo grandes piedras alrededor, y formaban con ellas una especie de bóveda cónica, sobre la que amontonaban tierra en cantidad suficiente para construir una colina o montículo más o menos grande y elevado, según la dignidad del muerto. Estos túmulos en forma de colinas se conocen hasta ahora con el nombre de tolas, que era el mismo que tenían en la lengua de los antiguos caras.
De estas tolas o monumentos fúnebres de los caras están llenas algunas llanuras en la provincia de Imbabura y en la de Pichincha, es decir en el territorio donde aquellos dominaron por más largo tiempo.
Cuando moría un individuo se reunía a llorar por él y a celebrar sus exequias toda la parentela: tendido de espaldas el cadáver en una camilla portátil era llevado al punto donde se había resuelto levantarle su sepultura; los parientes iban plañendo en alta voz y desandando a trechos el camino que habían recorrido; con cierta danza o bailecillo fúnebre, retrocedían de espaldas un espacio de camino, para volverlo a andar de nuevo, dando plañidos y zapateos acompasados: con este modo de andar; fácil es comprender que tardaban mucho en llegar al sitio de la sepultura, como si les pesase de acercarse pronto a ella.
Una vez puesto el cadáver en el suelo, tocaba a los más allegados formarle el sepulcro y levantar, echando tierra, el monumento fúnebre; y sobre él era donde, al cabo del año, se congregaban otra vez los parientes y amigos del muerto para llorarle y hacerle uno como aniversario, recordando sus hazañas en sus cantares y bebiendo y embriagándose a la memoria del difunto.
De los caras no nos queda monumento alguno sino sus tolas, y de éstas la más notable por sus dimensiones y lo regular de su forma está en la llanura de Callo, entre los límites de las provincias de Quito y de Latacunga. Es muy visible y se conoce con el nombre del Panecillo de Callo: a poca distancia en la misma llanura se conservan todavía las ruinas de un antiguo palacio de los incas, y se asegura que en ese mismo punto existió un edificio construido por los Scyris, y que los incas lo demolieron para levantar después el otro, cuyos escombros aún existen.
No sólo en la ciudad de Quito sino en otras varias, como en Cayambi, en el Quinche y en Caranqui, tenían los caras templos famosos y ricos para la práctica de sus supersticiones religiosas y para el cumplimiento de sus ritos y ceremonias. El de Cayambi estaba construido en una eminencia que domina la llanura, tenía forma circular y era fabricado de adobes. El de Caranqui tenía las paredes cubiertas con láminas de plata bruñida; y es razonable presumir que asimismo debieron estar ricamente entapizados el de Cayambi y el del Quinche.
El templo del Sol en Quito era al mismo tiempo un observatorio astronómico, pues en una placeta delante de la puerta había dos columnas grandes para señalar los solsticios, y doce pilastras menores puestas en círculo para indicar con su sombra respectivamente cada uno de los doce meses del año. En cuanto a la manera de distribuir y medir el tiempo, lo único que sabemos es que el año de los caras principiaba en diciembre; pero se ignora absolutamente si los meses eran lunares o solares y si estaban o no repartidos en semanas.
El sistema, o manera de escritura que usaban los caras, podemos decir que era menos imperfecto y defectuoso que el de los incas. En vez de quipos, empleaban unas piedrecillas de forma, colores y tamaños diversos; y, arreglándolas y disponiéndolas de un modo convencional, las colocaban en estantes o escritorios de barro. Los Scyris tenían en Quito un sepulcro común, y allí, sobre la tumba particular de cada uno, se ponía un depósito de esas piedrecillas, por medio de las cuales se recordaban los hechos más memorables del difunto. Por desgracia, de una tan curiosa manera de escribir no se ha conservado más que el recuerdo, pues la codicia de los que buscaban tesoros violó todos los sepulcros, los deshizo y de ellos no dejó a la posteridad ni siquiera el más ligero rastro.
Parece además indudable que, con la conquista de los incas, se perdieron todas las varias clases de escritura que usaban las naciones conquistadas, quedando en uso sólo la escritura oficial de los cordeles añudados o quipos.
Nada sabemos en cuanto a la lengua que hablaban los caras: ignoramos completamente el estado de su cultura intelectual y nos son desconocidas su condición moral y los adelantos que hayan hecho en las artes y en la industria. Debieron ser mareantes diestros, cuando aportaron a las playas ecuatorianas navegando embarcados en grandes balsas, formadas de maderos de considerables dimensiones liados unos con otros por medio de cuerdas y juncos. Pero, ¿de dónde venían? ¿cuál era la patria que abandonaban, para venir a dar en las costas equinocciales? ¿acribaron a las playas del Ecuador, viniendo a ellas derechamente, porque ya tenían conocimiento anticipado del país a que dirigían su rumbo? ¿llegaron tal vez, navegando a la ventura, sin conocer el punto adonde se encaminaban? Ninguno de estos problemas puede resolver actualmente la historia, por falta absoluta de datos; y lo más que podrá hacer será perderse en conjeturas aventuradas.
Los caras vencieron y subyugaron a los quitos, a los cuales se tiene como primitivos pobladores del centro del Ecuador: pero los quitos ¿eran, en verdad, los primitivos pobladores de estas comarcas?... Se piensa que las tribus de los quitos estaban en un estado miserable de atraso y de barbarie cuando fueron conquistadas por los caras. No obstante, es preciso confesar que sobre este punto y sobre otros muchos la Historia se halla completamente a oscuras entre nosotros. Si los caras impusieron a los quitos su propia lengua, si les enseñaron sus costumbres o si más bien aprendieron de ellos algunas, como la manera de sepultarse; si los túmulos o tolas pertenecen originariamente a los quitos y no a los caras... ¡Cuántas cuestiones, acerca de las cuales la Historia está obligada a guardar profundo silencio, porque las ciencias que debían auxiliarla no han practicado todavía investigaciones ningunas en el Ecuador!...
Los caras o scyris podemos, pues, decir que eran todavía como nuevos en estos países, cuando los conquistaron los incas; y que había naciones que, indudablemente, eran mucho más antiguas.

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